Otro, tra.
(del latín alterum, acus. de alter).
1. adj. Dicho de una persona o de una cosa: Distinta de aquella de que se habla.
Pese a lo que pueda decir más de uno sobre si mismo, nunca somos la persona que afirmamos fehacientemente ser. No todo el tiempo, me refiero. Y esto es así precisamente por nuestra condición humana (esa que nos la juega día sí, día también a base de hormonazos y sentimientos), que tiene grabado a fuego el cambio a niveles atómicos. Por eso mismo, hay momentos en nuestra vida en los que, por distintas razones, nos convertimos en otras personas: actuamos, pensamos y lo vemos todos bajo una visión distorsionada de la misma realidad. Por supuesto, huelga decir que esa distorsión nace fruto del desequilibrio, puesto que intentamos moldear nuestro entorno como si fuese un muñeco de arcilla; todo ello a base de autoengaño, fantasía y delirio. Justo por eso afirmo que hay ciertos momentos en los que no somos nosotros. Somos otros.
Lo peor de todo este asunto de convertirte en un ser de realidad retorcida y actos obsesivos no es el daño que puedas causarte tú. ¡Qué va! Lo peor es la búsqueda exhaustiva y constante de aprobación por parte de lo demás; la necesidad cuasi adictiva de que, alguien con dos dedos de frente y de confianza te dé la razón y te apoye en tu gesta caballeresca. Buscas esos apoyos como un yonki, cambiando regular y convenientemente de paño de lágrimas, pues tampoco conviene abusar más de lo debido de los amigos. Y así, poco a poco, te vas dando cuenta (no todos, también es verdad: hay mucho adicto al victimismo) de que has sido poco menos que un gilipollas montado en un sinsentido, persiguiendo fantasmas y luchando contra molinos de viento sin armadura. Es en ese instante en el que lo empiezas a ver todo con perspectiva y vuelves a bajar al Mundo en el que vuelves a tomar las riendas de este robot de células, huesos, fluidos y chicha es tu cuerpo. Tu cabecita de chorlito parece restablecerse más o menos y comienzas a analizar tooodo el proceso con vergüenza y estupefacción. 'Yo no era ese' y demás monsergas auto justificantes empiezan a hacer su aparición en escena como disculpa. ¿Sabéis qué es lo mejor? Que cuando somos otros, en el fondo, somos nosotros más que nunca.
'He pasado por tu casa veinte veces,
y siempre voy al Amador, por si apareces.
Pero nunca vas...'
Qué Puedo Hacer de Los Planetas.
DiRRTYDiSSCo